domingo, 7 de mayo de 2017

Mi sexto día de la madre...


7.30 am 

De un salto el piojo se cuela en la cama, como siempre y para no perder la costumbre, su compañero de aventuras desde hace cinco años, la otra mitad de mi comando piojo, lo acompaña y me lame la cara como señal que también está ahí. El piojo me dice algo pero, para ser sinceros, no sería capaz de decir si me ha revelado la solución para los problemas del mundo o, solo me ha dicho: hazme un hueco. Con un ojo cerrado y otro abierto le doy un beso y estiro la mano, palpo sobre la mesita de noche en busca del móvil y ver la hora. 


¡7.30! ¡Ganas de gritarle! De lunes a viernes hay que arrancarlo de la cama pero, hoy está más fresco que una lechuga y contándome algo que soy incapaz de repetir porque mis neuronas seguían durmiendo.


 Y así, con un hazme cosquillas, dame un abrazo, apretujada entre padre e hijo y con el colega canino poniendo ojitos de pena comienza mi sexto día de la madre. Sexto día como madre, como hija llevo unas decenas más... Y entonces escucho: me voy a ver dibujos... Yo intento mantener los ojos abiertos pero se cierran y vuelven a abrirse porque escucho al piojo hablando solo en el salón.

9.00 am

Despierta, me levanto y tras visitar el cuarto de baño voy al salón. Un despliegue de playmobils me reciben con los brazos estirados al son de: Mamá, quiero desayunar... Y ahí voy yo a preparar el desayuno acompañada del fiel canino, al que a veces confundo con mi propia sombra mientras pienso en todas esas imágenes de madres e hijos impolutos, perfectos para las fotos, rodeados de desayunos maravillosos, posando para la cámara y contando maravillas de la maternidad...

Y entonces me paro a ver mis fotos, quiero decir nuestras fotos, porque desde hace seis años fotos sola las justitas, ja ja ja...Y qué veo: risas, cosquillas, locuras, pañuelos piratas y, como no, nuestra seña de identidad: la lengua fuera. Y me quedo con eso, aunque a veces reniegue porque me haga enfadar, tal vez porque a veces olvide que es un niño; y con su eterna conversación, con sus preguntas, sus explicaciones filosóficas y sus chupetines en la nariz esperando mi reniego.

Besitos avainillados

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